MATANZAS

Matanzas es una localidad costera perteneciente a la comuna de Navidad, ubicada al norponiente de la provincia Cardenal Caro (región de O’HigginsChile).


En la antigüedad cuando era habitado por indígenas picunches que cayeron también bajo la dominación del imperio de los incas del Perú, esa localidad respondía a la denominación de “Mapulame” palabra que significaba, en el léxico local mapuche o mapudungún, lugar de muchos lobos marinos. Pasados los años y bajo la conquista del reino de España, el lugar en referencia, cambió su nombre por el de ”Matanzas”. Esto se produjo en atención a que llegaban allí grandes manadas de animales que una vez faenados y sus carnes secadas con el aire marino eran compradas, juntas con otros productos agrícolas, por comerciantes venidos en barcos que se atracaban a la costa para cargar esas mercaderías y llevarlas al extranjero.

Después de la Colonia o período de colonización de Chile por los españoles y ya conquistada la independencia de nuestra Patria, el pueblo de “Matanzas” fue un pequeño puerto de la provincia de Colchagua, absorbido con el tiempo por San Antonio en razón de que ahí había una mejor bahía y una distancia mucho menor con Santiago, la capital de Chile. Además,”Matanzas” fue cabecera de la comuna autónoma y del mismo nombre fundada el 22 de Diciembre de 1891, comuna que una vez creada y puesta en marcha, fue nombrado su primer alcalde mi padre don José Jesús Sepúlveda Soto, joven de 20 a 21 años en aquel tiempo. Desde un principio la Municipalidad no se financió pasando en 1927, después de 36 años a integrarse a la de Rosario de Lo Solís hoy en día de Litueche. Permaneció allí cautiva durante 9 años y que con los requerimientos de los habitantes volviera en 1936 bajo el nombre de comuna de Navidad.

Por Salvador Pérez

En la actualidad el pueblito de “Matanzas” es un paraíso escondido que los jóvenes amantes del windsurf tratan de mantenerlo secreto. Ellos vienen con sus tablas y se deslizan cual el viento encima de la cresta de enormes olas las que furiosas al verse montadas por los humanos, tratan de hundirlos para arrojarlos al fondo y revolcarlos en sus arenas. Sólo logran tumbar a los inexpertos, mientras los haces vuelan sobre las espumas, rugen alegres, triunfantes, brillantes como si estuvieran en el monte Olimpo el nido de los dioses griegos en tiempos de la historia antigua de la humanidad. Las olas braman, brincan y corcovean. Ellas vienen y van, y vuelven a venir repitiendo incansablemente este ciclo, siendo siempre dominadas por esta juventud sagaz, perspicaz que con habilidad y astucia las montan y montan y las vuelven a montar bajo un sol caliente de “Matanzas”. Arriba sobre sus caballos o tablas las jinetean buscando las olas más grandes hasta cansarse de la lucha por ese gozo enloquecedor. Ya terminado el día, regresan a sus casas comentando. ¡No me perdí ninguna! Dice alguien, mientras que otro agrega: “hay días que las olas en Matanzas” son las más grandes del Mundo. Pero, no falta el que aconseja diciendo: ¡Cuidado con echar a volar la perdiz porque esto, se perdería! — Esto, es sólo para nosotros — dice un rubio, pecoso y grandote con cara de gringo. Por último ya se han ido, el mar vuelve a la calma, la soledad lo invade de nuevo y el agua mansa sólo besa con sus olas los pies descalzos de los pescadores y mariscadores del lugar.

Pero, “Matanzas” es mucho más que un paraíso marítimo disfrutado por los surfistas. Allí un hombre con su mujer recorren las solitarias playas, caminan por sus cerros que verdeguean y florecen en primavera, compitiendo con el azul del océano gigante. Pasean por los bosques, montes y quebradas que duermen enteramente tranquilas y silenciosas. Beben de las vertientes donde también sacian la sed los pajarillos y animalitos salvajes de la zona. Consumen sedientos el agua más limpia, pura, y cristalina que va quedando en este planeta tierra. Si una pareja de enamorados, penetra esta adormecida geografía, la cruza, registran los montes, exploran los bosques, trajinan las quebradas, traquetean por los valles, disfrutan de esos campos, se desplazan en el ambiente cubiertos por el viento el sol, el silencio y la soledad, todos ellos en conjunto se prestan gustosos en acoger al joven y a la joven que se aman enteramente.

También existe en “Matanzas” la famosa piedra de la Sirena con su antigua, vieja y desteñida historia en que un pescador amó apasionadamente a un ser que tenía hermoso rostro de mujer con cuerpo de pez. Como toda tragedia el cuento termina sellado con un suceso mortal. El pescador tratando de abrazar, una vez más, a ese bello animal cae desde la roca al mar siendo envuelto y enrollado por las furiosas olas que lo azotan contra la piedra dándole una muerte sin piedad por transgredir las reglas del amor humano impuestas por la naturaleza de la creación divina, amor sexual único y válido que corresponde al hombre con su mujer. Amar en la piedra de la Sirena, es sublime. Allí los golpes de las olas que azotan la roca salpicando con agua el rostro de los amantes. Los sentimientos y atracciones son extraordinariamente más fuertes, y el cariño es tremendamente intenso. Los deseos del amor profundo son, totalmente desconcentrados y actúan bajo los testigos únicos del sol, del viento y del mar recibidos ellos, como regalos de la Creación además de la protección del Creador Supremo que como sean las cosas siempre ama y cuida a sus hijos que dispersos por el mundo, quieren salvar sus almas.

 

Por Sergio Sepúlveda Cepeda

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    Angel